La alegría de saltar

Vengo de saltar charcos con mi hijo; los dos con botas katiuskas, claro. Si no, qué asco. La infraestructura es imprescindible para alcanzar cierto nivel de diversión. Oh, yes. Saltar, chapotear, salpicar, formar ladedios con los charcos de la calle… uno de esos días que cae agua del cielo sin parar y la gente protesta. Y va uno, se pone a chapotear y de pronto provoca carcajadas alrededor. No hace falta ser Gene Kelly para ser ser feliz bajo la lluvia, en serio; basta con salir y mojarse. Es simple y barato. Inexplicablemente, te hace sentir muchas cosas. Que estás vivo, por ejemplo. Que qué bien que llueve porque saldrán setas si en unos días sale el sol. Que no tengo nada roto en mi cuerpo y por eso puedo salir a la calle y mojarme. Que una vez que me moje, tengo dónde y cómo secarme. Que es fantástico ver a un niño llorar de risa porque se cae sentado en un charco grande que pensaba que era menos profundo.

Pero de todas formas, la acción física de saltar también provoca esa emoción en los bailarines. Saltos pequeños, medianos y grandes. Los ejercicios de batería. Un grande valse. Un buen doble cabriole. La alegría de saltar en pareja con alguien a quien quieres. Unos cuantos grands jetés cuando has terminado la clase y el cuerpo te lo pide a gritos, y te quedas diez minutos más cruzando la sala con un aparatoso contretemps y miles de jetés… y cambias los brazos en cada uno, y alguien te grita desde lejos que lances más alta la pierna de delante. Y sigues, ahora a la izquierda, que me sale mejor. Y nos reímos porque saltar provoca carcajadas, es así. Hasta a mí, que me costó la vida saltar de jovencita, acabó gustándome. [Y terminé, gracias a la paciencia y la sabiduría de mi madre, haciendo mi entrechat-six y mi doble saut de basque. Oh, yes. A partir de entonces lo tengo clarísimo: si lo logré yo, puede conseguirlo cualquiera (cualquiera que caiga en buenas manos, claro).]

Decía Bournonville -el mayor saltarín del reino-  que en las variaciones de saltos no hay que alejarse del suelo, sino acercarse al techo. Al cielo, diría yo. Algo cambia en la gente cuando deja de saltar. No hablo ahora del doble saut de basque, sino de aquellos a quienes no les interesa acercarse al cielo y reírse a carcajadas. Viva el entrechat-six y el brisé-volée [aquí, los de Yuri Soloviev]. Atrévanse.

I’m back home from jumping puddles with my son, both of us wearing rain boots, of course. If not, how disgusting. Specific infrastructure is essential to achieve a certain level of enjoyment. Oh, yes. Jumping, splashing puddles in the street … one of those rainy days that usually people hate. And here we go; you just start jumping and suddenly everyone around is laughing. You don’t have to be Gene Kelly to be happy in the rain; I’m serious, you only have to go out and get wet. It’s simple and cheap. Inexplicably, it makes you feel many different things. That you’re alive, for example. That rain is a good thing because we’ll get some mushrooms if the sun shines next week. That I’m not injured so I can go out and get wet. That once you get wet, you know where and how you can get dry. That it’s great to see a child laughing at loud because he falled down on a large puddle that he thought it wasn’t so deep.

But anyway, the physical act of jumping causes that exciting emotion in dancers. Small, medium and big jumps. Batterie combinations. A big waltz. A nice double cabriole. The excitement of jumping with someone you love. A few more grands jetés when you have finished your ballet class and the body needs more jumping, and you spend ten more minutes doing those spectacular contretemps and grands jetés across the studio, changing port de bras, and someone yells from the other side of the room that you should lift higher your front leg. And here you go again, now to the left, because that’s my good side. And we laugh because jumping provokes laughter, that’s it. [Even me, who couldn’t jump when I was young, and I ended up -thanks to the patience and wisdom of my mother– doing entrechat-six and double saut of basque. Oh, yes. Since then I’m sure: if I could do it, everybody can (everyone with a good teacher, of course).]

Bournonville -the kingdom’s best jumper- said that the important thing in jumping variations is not how far we get from the floor, but how near the ceiling is. How close we are to the heaven, I’d say. Something happens to people when they stop jumping. I don’t mean that double saut de basque, but those people who don’t care about getting closer to the heaven and laughing out loud. Long live entrechat-six and brisé-volée [here, by Yuri Soloviev].

* Photo Tamara Rojo (London’s Royal Ballet) y Sergio García (Ballet Nacional de España) by Jesús Vallinas. Augusto Bournonville, Historia y Estilo. © Editorial Akal, 2008. 
* Photo María Cabrera (Escuela de Ballet Carmina Ocaña) © Jesús Vallinas, 2011.

3 Replies to “La alegría de saltar”

  1. Saltar…..después de girar era lo que más me gustaba. Tienes toda la razón, saltar te hace felíz. Terminar la clase con grandes saltos es la mejor forma de empezar el día (y de acabarlo). Vivan los grand jetés, brisé-volées, entrechat-six, etc, etc….y por supuesto, saltar en los charcos!!!

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  2. Es curioso cómo la mente ve un salto, sobre todo si esta bien hecho. Es una sensación de detener el tiempo. Como si todo se parase alrededor en el momento màs alto del salto. Existen tres momentos, en mi opinión: el antes, la preparación, el impulso, la fuerza contenida; el durante, ese climax en el que el tiempo se paraliza, que aunque dure medio segundo se queda grabado en la mente de el que lo ve como si fueran varios minutos de suspensión aérea, de magia, de explosión de fuerza y energías; y el final, la caída, la vuelta a la realidad, al suelo, a lo físico, desde lo etéreo, desde el cielo, o el techo de la sala. Como volar, es como volar…

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  3. Maravilloso post. Lo voy a guardar para cuando se me empiece a olvidar eso de saltar (que cada vez es más a menudo). Con lo que a mí me gustaba saltar…y tampoco se me daba mal. En cuanto a la clase, cada vez creo más que si consigues enseñar a alguien a saltar, está todo hecho. No hay día que no me agarre a la barra y me acuerde de Carmina…desde ahora los saltos olerán también a lluvia de los charcos 🙂

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